Un relato ficticio pero que seguramente trae a la mente reflejos de realidad cotidiana
Había una vez una señora que vivía en una casa de barrio como cualquier
otra casa de barrio de esas que construye el IAPV.
La casa tenía una cocina-comedor, un living, una diminuta habitación y un
baño que también se atribuía tal adjetivo (el de diminuto).
La señora vivía en su casa con su esposo, y su hijo de tres años. Los tres
pasaban felizmente sus días en su casita del barrio. Pero había algo que a la
señora le molestaba: sus vecinos. Nada le venía bien. Un vecino era molesto
porque escuchaba música muy fuerte, otro porque lo visitaban muchos amigos y
hacían bullicio. Otro porque tenía una cortadora de pasto demasiado ruidosa, y
otro porque se peleaba mucho con la familia y se la pasaban gritando.
Poniéndolo así: la señora que vivía en una típica casa de barrio tenía
también típicos vecinos de barrio. Y no queda otra, a todos les pasa… En los
barrios los vecinos son como los parientes: no se eligen.
Pero el tema es que a ella le molestaban a toda hora, todo lo que sus
vecinos hacían o dejaban de hacer…
Tanto le molestaba que un día se le ocurrió la idea más loca, pero más
común que a una persona se le pudiera ocurrir. Decidió encerrarse en una
burbuja.
Fue algo casual, su hijo estaba jugando con espuma y una burbuja atrapó a
un pequeño insecto. Fue entonces cuando pensó que si estaba dentro de una
burbuja, nada ni nadie podría molestarla. Le pidió a Tomasito que hiciera la
burbuja más grande que pudiera. Pero la
burbuja de Tomasito apenas alcanzaría para atrapar una catanguita colorada.
Entonces ella trató de hacer una burbuja gigante. Con alambres y un fuentón
lleno de agua con detergente, pero era inútil. Porque aunque hiciera una
burbuja lo suficientemente grande, la rompería al intentar entrar. Entonces se
dio cuenta de que estaba intentando con los materiales equivocados. Pasó varios
días leyendo revistas de diseño, pensando qué usar. Vio que el policarbonato
era como un vidrio, pero que se podía doblar. Pero cuando lo fue a comprar le
advirtieron que no le serviría para
aislarse de sonidos exteriores. Cuando escuchó eso dio media vuelta y no compró
nada. Ella quería un material que la dejara ver hacia fuera pero que no la
dejara escuchar. Así que pasó otro tiempo investigando. Conectó la
Internet y se volvió una asidua navegante.
Buscaba y rebuscaba materiales aislantes, modelos de burbujas y demás. Su pobre hijo solo comía yogurt cuando el
papá no estaba. De los vecinos todo normal. Ahora la molestaban porque no la
dejaban investigar tranquila.
Después de todo un mes de investigar se le ocurrió otra idea, más loca que
la primera. Conseguir un soplador de vidrio. Pensó que si encontraba un buen
soplador que tuviera pulmones muy fuertes, él le haría su burbuja. Buscó y
buscó, viajó mucho, visitó como quince
sopladores, hasta que encontró uno que se animó a enfrentar semejante
proyecto. Raúl pulmón de vidrio
Pérez le dijo sí a la loca idea de la
señora. Tomó una gran porción de vidrio y empezó a soplar y soplar. Llegó a
formar una gran burbuja, del tamaño de una gran pelota playera, tal vez un poco
más grande… pero más pequeña que una carpa iglú para dos. La señora estaba muy
contenta. Raúl también le hizo una puertita para que pudiera entrar. Cuando
volvió a su casa se metió feliz en su burbuja y paso el día entero sin que
nadie la moleste. Pero al final del día estaba muy cansada porque al ser la
burbuja un poco chica, tenía que estar siempre en la misma posición, y se
cansaba y acalambraba. Así que decidió buscar una burbuja más grande.
Raúl le explicó que no podía hacer una burbuja más grande. La señora se
enojó mucho con Raúl, pero era imposible hacer una burbuja como la que ella
quería. Así que se fue a su casa, decidida a encontrar la solución.
Se le ocurrió que podía encontrar tres sopladores y conseguir una burbuja
tres veces más grande. Pero Raúl le dijo que no.
Pasó más tiempo y a la señora se la
ocurrió su última gran idea. Una media burbuja. Una gran media burbuja sobre el
piso. Hecha con piezas de vidrio aislante, montadas sobre una estructura de
hierro. Adentro pondría todo lo necesario para estar cómoda: tele, teléfono,
cama, cocina, heladera, etc. De apoco empezó a comprar los materiales, se dio
cuenta de que no iba a poder sola, así que contrató a un arquitecto y unos
albañiles. Para eso necesitaría mucho dinero, y se preguntó de donde lo
sacaría. Decidió vender cosas, comida, pan y eso. Pero cuando los vecinos se
enteraron de lo que estaba por hacer no le quisieron comprar nada. El segundo
problema fue en dónde pondría la media burbuja. El patio no era lo
suficientemente grande. Pero enseguida encontró la solución, aunque tuvo que
esperar a que su marido no estuviera.
Un fin de semana, se fue por trabajo, y no volvería por quince días.
Entonces empezó la obra. Había al menos veinte personas trabajando a toda
marcha. Comenzaron a construir la media burbuja sobre la casa. SÍ, esa era la
gran idea. Metió la casa en la burbuja.
Cuando su marido volvió casi tuvo un infarto…
¡Su casa tenia una gran cúpula de vidrio y aluminio encima! Empezó a
gritarle a su mujer para que saliera, pero ella no lo escuchaba. Tal como lo
había planeado. Cuando se cansó de gritar, empezó a mirar y encontró un picaporte.
Quiso abrir, y estaba cerrado. No había timbre, cosa esencial para que nadie te
moleste. Así que tomo el celular y la llamó.
-¿Hola? –dijo la señora
-¡Hola! ¡Hola me decís! ¡Abrime la puerta! – el marido
estaba furioso. La señora corrió a
abrirle la puerta
-¿Qué pasó cuando yo no estaba? – dijo mientras entraba. La discusión que
siguió después no se puede repetir. La señora le explicó toda la historia, pero
a él le interesaba saber cómo hizo, y de donde sacó la plata. Y entre
preguntas, metía exclamaciones del tipo ¡no
lo puedo creer! ¿En qué pensabas? Y otras más no tan elegantes.
Cuando le hubo respondido lo mejor posible, hubo un momento de silencio. El
señor dijo que el no viviría en una burbuja bajo ninguna circunstancia. Agarró
su valija y se fue por donde vino. Al salir azotó la puerta de la burbuja de
tal manera, que parecía que comenzaría a girar.
-¡No es giratoria!
–gritó la señora y azotó la puerta de la casa.
Al mismo tiempo en la burbuja se empezaba a rajar un vidrio, y otro, y
otro. Pero la señora no lo notó.
El señor volvió. El nene estaba viendo y le abrió la puerta. Entró a la
casa…
-Me olvidé las
llaves del auto. - dijo. Y azotó la puerta de la casa. Y Salió de la burbuja, y
al azotar nuevamente la puerta, todos los vidrios cayeron como una lluvia.
Tomasito se salvó
de la lluvia punzante de pura suerte. No había alcanzado a salir del porche
para seguir a su papá. La señora al escuchar el estruendo salió y vio su
preciosa burbuja hecha pedazos. El
barrio estaba en silencio absoluto. Y todos estaban a los cabezazos sobre los
tapiales tratando de ver qué pasaba. La señora y el señor estaban atónitos.
Pasó así un rato, unos cinco minutos. El vecino de al lado se despertó de la
siesta y prendió a todo volumen su programa de radio favorito. La señora se
puso a barrer los pedazos da vidrio al ritmo del bombón asesino. De vez en
cuando aspiraba un sñif y se le escapaba una lagrimita.