lunes, 31 de enero de 2022

Se ha casado Gustavo...

 

Mi amigo, el Tavo... el de pocas palabras, pero que dice siempre lo justo.

El del hablar pausado y suave, como casi contando un secreto.

El de la sonrisa sincera y la mirada profunda. El que siempre me contagió su alegría, el hermano que elegí hace veinte años...

 

Acá está mi amigo el Tavo con su traje y moñito, saliendo de la iglesia con su compañera, sus niños y mil emociones juntas en la cara.

Mientras tanto pienso: que loco estar acá… y así de mucho lo quiero que hasta me hizo pisar una iglesia, con lo poco que me gusta andar por esos lugares.

Este es mi amigo, el que se detuvo un momento entre foto y foto a contarme por qué se casaba este día y no otro. Y me hizo notar que cinco años son un parpadeo; y que ya habían pasado cinco años de haber emprendido el camino de vivir con Meli.  La de la sonrisa amplia y de ojos brillantes; a quien le he conocido pocas palabras (por falta de oportunidad), pero suficientes para saber que mi amigo es feliz con ella.

 

Miro las pocas fotos de anoche mientras recuerdo las pequeñas cosas que me asombraron:

...Que Tavo pasó toda la noche con su traje puesto, impecable y arregladito; que no terminó todo despiltrajado como siempre se ve a los novios deshechos en la joda.

...Que admiro el aguante de Meli danzando y dando trompos con un niño en brazos, mientras pensaba: qué energía que tiene después de planear y organizar esta fiesta; y yo acá sentada porque me agité y tengo sueño.

...Que cuando llegó la banda se las arreglaron para adueñarse de un par de micrófonos y cantarse juntos una cumbia romántica, pese a que el líder de la banda se esforzaba por ignorarlos.

...Que a pesar de que Tavo me dijo “la torta de novios es pura alharaca, lo mejor está allá” señalando la mesa dulce; la torta de novios fue mi favorita, y hubiese querido tener espacio para otra porción.

Mi amigo sabe que no soy el alma de la fiesta, pero que ahí estoy al pie para compartir su alegría; con la voz rota pero la sonrisa presta, un poco adormilada pero acompañando el sentimiento de algarabía.

 En la urna de los regalos les dejé una nota torpe pero sincera. Y después me di cuenta que hubiese querido regalarles palabras más lindas, más dignas de ese momento significante. Pero que fueran palabras reales, y no cosas de esas que dice todo el mundo por decir.

Esos que están ahí son el Tavo y la Meli… con el rostro iluminado, satisfechos, felices de apostarle a un futuro compartido. Han hecho un mojón en el camino, ese que sabemos que inicia pero no cuándo termina, ni hasta dónde lleva exactamente.

Y me han hecho partícipe de una de sus historias, de las tantas que seguro dejarán escritas al andar. Me invitaron a compartir  su alegría y festejo. Salud por los dos.

 

 

30 de enero de 2022.

 


lunes, 27 de enero de 2020

Intérprete

Que extraña la manera en que uno encuentra a sus amigos más entrañables.
Llegaste a mi vida por ser amigo de un amigo.
Hoy ese amigo me conoce poco y nada.
Pero vos... me descifrás el humor en un mensaje de texto, me adivinás el bajón en el tono del saludo, y me preguntás sin rebusques:
- Seguro que estás bien? Te noto rara.

Que extraña sería mi vida si no te tuviera.
Que extraño se siente pensar que hubo un tiempo en el que no fuiste mi intérprete.
Que alivio saber que cuando no sepa cómo decirlo, puedo escribir un texto cualquiera, y me vas a preguntar:
-Amiga, por qué estás triste?

martes, 19 de febrero de 2019

letras rescatadas...


LOS PAÑUELOS Y LOS COLORES

Reflexiones del 2018

Escribí estas lineas un un bloc de notas del celular, arriba del colectivo, en julio o agosto del año pasado. Quedaron ahí, guardadas... hasta que las volví a encontrar. Las revisé, corregí errores de tipeo y errores de expresión sobre lo que me pasaba. Pero lo más importante, fue reencontrarme con mi propio discurso, y en eso, reencontrarme con mi madre,  amigarme un poco con ella, con sus pensamientos, con eso que nunca terminábamos de discutir. Dejar ir algún que otro reproche, y rescatar lo que vale la pena atesorar de su influencia sobre mí. 


Vivir estos tiempos históricos me pone a pensar en muchas cosas.
En detalles, en imágenes mínimas y en los grandes motores que le dan sentido a lo que hacemos. 
Últimamente, por el color de las cosas que están pasando, acude a mí, invocada y entrometida, la memoria de mi madre.
Invocada por otros que la recuerdan, que hacen suyas sus palabras y sus luchas, las letras que dejó escritas y los sentidos que sembró con sus acciones. Entrometida en mí. Como parte de mi ser presente que se construyó con su influencia. Habrá quienes la conocieron y compartieron su militancia (en el más amplio de los sentidos) que estarán pensando “qué hizo mal la pobre para que la hija le saliera pañuelo verde.”
Más de una vez me puse a pensar qué clase de discusiones hubiésemos tenido el 13 de junio pasado, en la víspera de mis treinta... Pero la vida se trata de saber qué hacer con lo que otros hicieron de nosotros. Con los ejemplos que nos dieron, las palabras que escuchamos, los significados construidos y los ideales encarnados. 
Mi madre nunca logró que me afiliara al PJ.  De chica no quería porque bueno, era un poco analfabeta (en el sentido brechtiano) y pasé mi adolescencia a la sombra del que se vayan todos. De grande nunca lo pensé porque me cuesta la idea del casamiento (que para mí es un poco eso afiliarse). Sin embargo, en el PJ encontré casi siempre mi sintonía en la escena política, a veces me gusta cruzarme de casa y tomar el té con la izquierda, pero eso no viene al caso.
Mi madre y padre me llevaron de pasajera en su militancia peronista desde el 89 (creo, tal vez desde antes). El anhelo más fuerte que me dejaron es el de justicia social. No siempre lo entendí, tuvieron que pasar años y muchas cosas a mi alrededor para que lograra apropiarme de ese concepto. Pero es algo que me heredaron. También intentaron heredarme otras cosas, como el culto católico, que no prendieron en mi construcción personal; aunque dejaron huellas que marcarían futuras elecciones. 

Recuerdo con mucha nitidez que estando en la escuela secundaria la profesora de formación ética nos trajo un dilema para resolver y fundamentar. Habrá sido el 2002 o 2003. El dilema era el de una mujer embarazada que si llegaba a término se moría al parir y dejaba un viudo y 2 hijos semi huérfanos. Y si decidía vivir, tenía que abortar y matar a su segundo hijo. La pregunta era: ¿Qué debía hacer esa mujer? La respuesta en ese entonces era indiscutible. Para una niña católica y bien educada era fácil de responder. La mujer debía sacrificarse en un acto de puro amor por ese hijo en camino, llevar el embarazo a término y dejar en este mundo un hombre viudo con dos hijos para criar. Esa era la opción correcta, lo ético, lo bueno y admirable. Mi convicción era fuerte y clara. Abortar es malo. Yo había leído folletos, visto películas, escuchado discursos y fundamentos. Y la profesora de ética nos hizo saber que a ella también le parecía que era así. No existían dilemas en mi vida, al menos no de ese tipo. Mi madre me lo había enseñado. 

Pero lo que mi madre no me enseñó (porque no pudo, no supo o no estaba en su porción de la realidad) es que las mujeres abortan. Por muchas razones, no solo por miedo a morirse en el parto. Tampoco me enseñó que hay mujeres que abortan y luego se mueren. Se mueren sufriendo, y quienes deben ayudarlas a sobrevivir las maltratan, las aleccionan, las castigan.
Mirando en retrospectiva, alguna vez llegué a creer (sin darme cuenta) que el aborto era una solución fácil para evitar el qué dirán (solo las solteras indiscretas abortan) o una solución ante el temor de afrontar los retos que el Señor nos envía (un hijo enfermo, discapacitado, el peligro de morir en el parto). Era algo simple. Se hacía o no. Y había una especie de línea entre uno y otro tipo de mujeres. 

Pero en estos días tuve una revelación. Un insight sobre mi recorrido de niña adoctrinada que luego emprendió la senda de desadoctrinarse. Habiendo alcanzado una edad que me permite la perspectiva de mi niñez y adolescencia, entiendo otras cosas…
Imagen: Nacho Gudiño #Agostina 
Entendí que el aborto es más complejo que eso que me habían inculcado como creencia. Que las mujeres abortan por miles de razones. Entendí que existe una realidad, donde hay mujeres que no desean ser madres. Y que algunas sienten que no pueden serlo. 
Mi mamá conocía mujeres que habían abortado. Nunca me habló de ellas directamente, pero yo lo sé; lo deduje de conversaciones que recuerdo, de frases inconclusas, hechas para autocompletarse. Mi madre sabía que en el pueblo había un señor que practicaba abortos clandestinos (como lo sabía todo el mundo). A ella le parecía mal por ciertas razones y a mí, hoy, me parece espantoso por otras. 
Mi mamá llevaba orgullosa en su cuaderno una calcomanía de ciudad pro vida (mal que me pese) y me decía que pro vida no se trataba solo de estar contra el aborto. Yo no sabía cómo convencerla que su calcomanía implicaba negarle a las mujeres un derecho que por ley, tienen desde la década de 1920. 
Mi mamá pensaba que abortar no era nunca una solución. También pensaba parecido del suicidio, pero los suicidas no están aquí para dar su parte del argumento… y también pensaba que la depresión se cura trabajando. Así que, tampoco estábamos de acuerdo en cuestiones de la salud mental. 
Yo llegué a comprender con el tiempo y las experiencias, que para el suicida no hay otra solución más que esa (aunque al resto le parezca injusto, cobarde o egoísta). Entendí que la depresión es un problema muy serio para mucha gente y que se trata con ayuda, no con una escoba y un fuentón de ropa para fregar. Y lo más importante, entendí que el aborto es la única solución para muchas mujeres en infinidad de circunstancias. No importa si se trata de un embrión, un feto, un bebito o un ingeniero.
Gestar es más que incubar un humano por 9 meses. Entiendo por qué se pide aborto legal, porque llegué a desatar la costura que unía el ser mujer con ser madre. Y desaté el bordado idílico de la maternidad. Y entendía que la maternidad debe ser deseada, o mejor que no sea. 
Por otro lado, hilvané mi concepto de justicia social con todos los demás conceptos que construí. Y si es una realidad que muchas (no importa cuántas) mujeres se mueren porque no tienen plata para un aborto seguro. Entonces esta ley que pedimos viene a saldar una deuda, viene a hacer justicia. Justicia social, darle a los que menos tienen eso que necesitan para dignificar su vida. 
Mi mamá no me enseñó a ser abortera, todo lo contrario… Pero sí me enseñó, como pudo, con lo que le tocó vivir, sin ser abiertamente feminista; los rudimentos que me prepararon para el feminismo, y me sirvieron para mirar atenta estos tiempos que corren. 
Los progenitores no saben a dónde van a ir a parar sus hijas cuando emprendan sus caminos… Mi madre me enseñó a tener convicciones, a defenderlas, y a dar el mejor fundamento que me fuera posible. Que yo haya devenido en convicciones diferentes no quita la esencia de esa enseñanza. Para los de afuera, el legado de mi madre es una ordenanza municipal; para mí son otras cosas... Ella buscaba la justicia social y yo también.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Hoy me entero que nos quedamos sin AFSCA... y AFTIC

... Inmediatamente me remite a un escrito de Mería Elena Walsh publicado en 1981
Todo cuadra, el año próximo serán breves... anunciarán una nueva marca de papel higiénico hecho con papel reciclado de las leyes que fueron modelo en la región y el mundo. 
Habrá pluralidad de voces siempre y cuando no hablen en contra de la corpo... estará permitido cualquier tipo de contenido audiovisual, siempre que sea del agrado de Magnetto. Se escucharán todas las voces, tanto las que alaban al gobierno como las que critican a la oposición.
Sirimos un paish sheno di aligría... shin shenshura pero con sheish shiete ocho fuera del aire

Comparto el texto referido... "El año préximo seremos breves" 
http://www.biblioteca.org.ar/libros/1298.pdf

He gritado. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

CONCIENCIA DE CLASE ES LO QUE FALTA

Por curioso que pueda parecer, a veces me conmociona mas una simple escena racista de la vida cotidiana que las grandes noticias. Porque al fin y al cabo, frase por frase, sumando granitos; termina siendo el "ciudadano de a pie" el que le imprime a los hijos ese modo de hablar y pensar.
Una mamá de clase obrera le dice a su hija: "si vas a tener el cabello largo, tenes que tenerlo lindo, porque tener el cabello largo y feo es de negra villera. Entendiste?"
... Me pongo a pensar... Hay un trabajo de hormiga hecho de frases enquistadas en el léxico. Que colaboran al estado de situación política que nos toca vivir.  No ser conscientes de nuestro origen, dejarnos colonizar la mente por las clases dominantes, poner en un otro "inferior" la causa de todos los males y de lo que no nos gusta en nosotros mismos.
Los proletarios se creen burgueses y así votan. Mientras siguen sin lograr librarse de la piojera...

He dicho.

jueves, 1 de agosto de 2013

DESVELADA POR LA NOCHE…

He recordado un aforismo que decía "El Amor es ciego y la Amistad cierra los ojos". Sabiduría popular se podría decir. Sin embargo he aprendido, que la sabiduría popular a veces no sabe tanto como aparenta.  Las experiencias vividas y contempladas me han enseñando que a veces el amor no es ciego, es Pelotudo (haciendo uso de la palabra por su fuerza y sonoridad, como decía Fontanarrosa). Y a veces, el amor enceguece, y la amistad te abre los ojos.
El problema en cuestión es todo acerca del equilibrio. El ser humano, el YO no puede vivir solo. Necesita de Vos, de Nosotros y de Ellos. La cosa se pone fea cuando Yo se enamora de Vos, y cree en la romántica idea del S XIX de que alcanza solo el Nosotros para vivir. Y si el Vos es tan represivo del Yo, que lo obliga a olvidarse de Ellos; entonces tal vez exista un Nosotros que no tiene una sana razón de ser. Y ahí entran Ellos, queriendo abrirle los ojos, pero Yo está enamorado.
 No se puede negar, el Vos le da al Yo cosas que Ellos no. Pero el Nosotros a veces se aburre y necesita de Ellos. La pregunta sería ¿Ellos van a estar cuando el Yo recupere la vista? ¿Es acaso posible que Yo y Vos puedan vivir felices y comer perdices, solos, uno con otro, sin interactuar con otro ser humano?
Me pongo a pensar un nuevo aforismo: 
“El colchón puede ser muy lindo, pero no hay que pagarlo a costa de los amigos. Porque tanto tiempo acostado cansa, y cuando necesitemos salir a respirar aire fresco y estirar las piernas; no vamos a tener quien nos acompañe.”

He dicho. Estaba sin sueño.


domingo, 13 de enero de 2013

VECINOS: NO MOLESTAR


Un relato ficticio pero que seguramente trae a la mente reflejos de realidad cotidiana

Había una vez una señora que vivía en una casa de barrio como cualquier otra casa de barrio de esas que construye el IAPV.
La casa tenía una cocina-comedor, un living, una diminuta habitación y un baño que también se atribuía tal adjetivo (el de diminuto).
La señora vivía en su casa con su esposo, y su hijo de tres años. Los tres pasaban felizmente sus días en su casita del barrio. Pero había algo que a la señora le molestaba: sus vecinos. Nada le venía bien. Un vecino era molesto porque escuchaba música muy fuerte, otro porque lo visitaban muchos amigos y hacían bullicio. Otro porque tenía una cortadora de pasto demasiado ruidosa, y otro porque se peleaba mucho con la familia y se la pasaban gritando.
Poniéndolo así: la señora que vivía en una típica casa de barrio tenía también típicos vecinos de barrio. Y no queda otra, a todos les pasa… En los barrios los vecinos son como los parientes: no se eligen.
Pero el tema es que a ella le molestaban a toda hora, todo lo que sus vecinos hacían o dejaban de hacer…
Tanto le molestaba que un día se le ocurrió la idea más loca, pero más común que a una persona se le pudiera ocurrir. Decidió encerrarse en una burbuja.
Fue algo casual, su hijo estaba jugando con espuma y una burbuja atrapó a un pequeño insecto. Fue entonces cuando pensó que si estaba dentro de una burbuja, nada ni nadie podría molestarla. Le pidió a Tomasito que hiciera la burbuja más grande que pudiera.  Pero la burbuja de Tomasito apenas alcanzaría para atrapar una catanguita colorada. Entonces ella trató de hacer una burbuja gigante. Con alambres y un fuentón lleno de agua con detergente, pero era inútil. Porque aunque hiciera una burbuja lo suficientemente grande, la rompería al intentar entrar. Entonces se dio cuenta de que estaba intentando con los materiales equivocados. Pasó varios días leyendo revistas de diseño, pensando qué usar. Vio que el policarbonato era como un vidrio, pero que se podía doblar. Pero cuando lo fue a comprar le advirtieron  que no le serviría para aislarse de sonidos exteriores. Cuando escuchó eso dio media vuelta y no compró nada.  Ella quería un material que  la dejara ver hacia fuera pero que no la dejara escuchar. Así que pasó otro tiempo investigando. Conectó la Internet y se volvió una asidua navegante.
Buscaba y rebuscaba materiales aislantes, modelos de burbujas y demás.  Su pobre hijo solo comía yogurt cuando el papá no estaba. De los vecinos todo normal. Ahora la molestaban porque no la dejaban investigar tranquila.
Después de todo un mes de investigar se le ocurrió otra idea, más loca que la primera. Conseguir un soplador de vidrio. Pensó que si encontraba un buen soplador que tuviera pulmones muy fuertes, él le haría su burbuja. Buscó y buscó,  viajó mucho, visitó como quince sopladores, hasta que encontró uno que se animó a enfrentar semejante proyecto.  Raúl pulmón de vidrio Pérez  le dijo sí a la loca idea de la señora. Tomó una gran porción de vidrio y empezó a soplar y soplar. Llegó a formar una gran burbuja, del tamaño de una gran pelota playera, tal vez un poco más grande… pero más pequeña que una carpa iglú para dos. La señora estaba muy contenta. Raúl también le hizo una puertita para que pudiera entrar. Cuando volvió a su casa se metió feliz en su burbuja y paso el día entero sin que nadie la moleste. Pero al final del día estaba muy cansada porque al ser la burbuja un poco chica, tenía que estar siempre en la misma posición, y se cansaba y acalambraba. Así que decidió buscar una burbuja más grande.
Raúl le explicó que no podía hacer una burbuja más grande. La señora se enojó mucho con Raúl, pero era imposible hacer una burbuja como la que ella quería. Así que se fue a su casa, decidida a encontrar la solución.
Se le ocurrió que podía encontrar tres sopladores y conseguir una burbuja tres veces más grande. Pero Raúl le dijo que no.
Pasó más tiempo  y a la señora se la ocurrió su última gran idea. Una media burbuja. Una gran media burbuja sobre el piso. Hecha con piezas de vidrio aislante, montadas sobre una estructura de hierro. Adentro pondría todo lo necesario para estar cómoda: tele, teléfono, cama, cocina, heladera, etc. De apoco empezó a comprar los materiales, se dio cuenta de que no iba a poder sola, así que contrató a un arquitecto y unos albañiles. Para eso necesitaría mucho dinero, y se preguntó de donde lo sacaría. Decidió vender cosas, comida, pan y eso. Pero cuando los vecinos se enteraron de lo que estaba por hacer no le quisieron comprar nada. El segundo problema fue en dónde pondría la media burbuja. El patio no era lo suficientemente grande. Pero enseguida encontró la solución, aunque tuvo que esperar a que su marido no estuviera.
Un fin de semana, se fue por trabajo, y no volvería por quince días. Entonces empezó la obra. Había al menos veinte personas trabajando a toda marcha. Comenzaron a construir la media burbuja sobre la casa. SÍ, esa era la gran idea. Metió la casa en la burbuja.
Cuando su marido volvió casi tuvo un infarto…
¡Su casa tenia una gran cúpula de vidrio y aluminio encima! Empezó a gritarle a su mujer para que saliera, pero ella no lo escuchaba. Tal como lo había planeado. Cuando se cansó de gritar, empezó a mirar y encontró un picaporte. Quiso abrir, y estaba cerrado. No había timbre, cosa esencial para que nadie te moleste. Así que tomo el celular y la llamó.
-¿Hola? –dijo la señora
-¡Hola! ¡Hola me decís! ¡Abrime la puerta! – el marido estaba furioso.  La señora corrió a abrirle la puerta
-¿Qué pasó cuando yo no estaba? – dijo mientras entraba. La discusión que siguió después no se puede repetir. La señora le explicó toda la historia, pero a él le interesaba saber cómo hizo, y de donde sacó la plata. Y entre preguntas, metía exclamaciones del tipo ¡no lo puedo creer! ¿En qué pensabas? Y otras más no tan elegantes.
Cuando le hubo respondido lo mejor posible, hubo un momento de silencio. El señor dijo que el no viviría en una burbuja bajo ninguna circunstancia. Agarró su valija y se fue por donde vino. Al salir azotó la puerta de la burbuja de tal manera, que parecía que comenzaría a girar.
-¡No es giratoria! –gritó la señora y azotó la puerta de la casa.
Al mismo tiempo en la burbuja se empezaba a rajar un vidrio, y otro, y otro. Pero la señora no lo notó.
El señor volvió. El nene estaba viendo y le abrió la puerta. Entró a la casa…
-Me olvidé las llaves del auto. - dijo. Y azotó la puerta de la casa. Y Salió de la burbuja, y al azotar nuevamente la puerta, todos los vidrios cayeron como una lluvia.
Tomasito se salvó de la lluvia punzante de pura suerte. No había alcanzado a salir del porche para seguir a su papá. La señora al escuchar el estruendo salió y vio su preciosa burbuja hecha pedazos.  El barrio estaba en silencio absoluto. Y todos estaban a los cabezazos sobre los tapiales tratando de ver qué pasaba. La señora y el señor estaban atónitos. Pasó así un rato, unos cinco minutos. El vecino de al lado se despertó de la siesta y prendió a todo volumen su programa de radio favorito. La señora se puso a barrer los pedazos da vidrio al ritmo del bombón asesino. De vez en cuando aspiraba un sñif  y se le escapaba una lagrimita.

TRISTE EXTRAÑA


 Snif, snif. Pasaron un par de botas de cuero marrón y taco alto. Casi la pisan. 
Snif, snif. Rueda una lágrima lenta y dolorosa por su mejilla. Pasan al trote dos pares de zapatillas, por amabilidad la esquivan. 
 Snif, snif. El aire helado congela la humedad del rostro. Ahora las lágrimas son de hielo. Queman. 
 El suelo no es más amable que los pies de la gente. 
 Pasó una chica abrazada a su novio y se hizo a un lado. Casi la pisa, pero no. Casi la observa, pero no. Casi le importa, pero no. 
 Snif, snif. Ya es un mar de lágrimas. Ya es un mar la gente, y una tempestad de pies. Ninguna mano, ningún rostro. 
Snif, snif... 
-¿Estas bien? – se oye una voz. No lo está, pero la voz es amable. Un rostro baja de las alturas de la indiferencia, y la pregunta se repite. -¿Estás bien? ¿Por qué llorás? 
Snif, snif. Ella lo mira con la angustia en los ojos y el dolor desparramado por la cara mojando sus mejillas. 
Snif, snif. -Levantate, el piso está muy frío...
Y ella se pone de pie. El amable extraño le ofrece un pañuelo. Por un momento el pañuelo parecía atenuar los problemas. 
-¿Vivís acá, en esta casa? -
No – dijo ella. 
-¿Por qué llorás? – volvió a decir, pero no obtuvo respuesta.-  Hace frío... y le dio su campera. Y otro snif se escapó. 
 -Por favor, ya no llores – le pidió. Ella no comprendía tanta atención, y él no lograba averiguar el por qué de su dolor. 
-Te acompaño a tu casa si querés. Otra vez el silencio. Lo interpretó como un sí y comenzó a caminar, y ella lo siguió. No sabían a donde, pero caminaron, ella lo siguió y él caminó. Caminó hasta una plaza y allí se detuvo, y quiso saber. 
 -¿No querés hablar? Tal vez te puedo ayudar. Otra vez el silencio, y una lágrima más. Sólo atinó a abrazarla. No podía verla llorar. Su dolor le dolía, aunque no sabía por qué. Aunque no la conociera. Sólo quiso abrazarla, y volvieron sus lágrimas, pero ahora eran distintas. Ya no eran lágrimas en soledad. 
 Ahora él temblaba. Podía ser el frío, o el miedo. El miedo... ¿cuál miedo? No lo sabía, sólo comenzó a sentir miedo. 
 Un colectivo se acercaba. Frenó en la parada de la plaza, y ella salió corriendo. No sin antes darle un beso y decirle al oído gracias. 
 -¡No te vallas! Por favor... 
El colectivo partió y se llevó a la triste extraña. Él volvió a casa sin campera y con el miedo de no volver a verla; ni en la plaza, ni en aquella puerta. 
 Volvió con lágrimas prestadas, y una tristeza que no sabía si era suya o ajena.