martes, 19 de febrero de 2019

letras rescatadas...


LOS PAÑUELOS Y LOS COLORES

Reflexiones del 2018

Escribí estas lineas un un bloc de notas del celular, arriba del colectivo, en julio o agosto del año pasado. Quedaron ahí, guardadas... hasta que las volví a encontrar. Las revisé, corregí errores de tipeo y errores de expresión sobre lo que me pasaba. Pero lo más importante, fue reencontrarme con mi propio discurso, y en eso, reencontrarme con mi madre,  amigarme un poco con ella, con sus pensamientos, con eso que nunca terminábamos de discutir. Dejar ir algún que otro reproche, y rescatar lo que vale la pena atesorar de su influencia sobre mí. 


Vivir estos tiempos históricos me pone a pensar en muchas cosas.
En detalles, en imágenes mínimas y en los grandes motores que le dan sentido a lo que hacemos. 
Últimamente, por el color de las cosas que están pasando, acude a mí, invocada y entrometida, la memoria de mi madre.
Invocada por otros que la recuerdan, que hacen suyas sus palabras y sus luchas, las letras que dejó escritas y los sentidos que sembró con sus acciones. Entrometida en mí. Como parte de mi ser presente que se construyó con su influencia. Habrá quienes la conocieron y compartieron su militancia (en el más amplio de los sentidos) que estarán pensando “qué hizo mal la pobre para que la hija le saliera pañuelo verde.”
Más de una vez me puse a pensar qué clase de discusiones hubiésemos tenido el 13 de junio pasado, en la víspera de mis treinta... Pero la vida se trata de saber qué hacer con lo que otros hicieron de nosotros. Con los ejemplos que nos dieron, las palabras que escuchamos, los significados construidos y los ideales encarnados. 
Mi madre nunca logró que me afiliara al PJ.  De chica no quería porque bueno, era un poco analfabeta (en el sentido brechtiano) y pasé mi adolescencia a la sombra del que se vayan todos. De grande nunca lo pensé porque me cuesta la idea del casamiento (que para mí es un poco eso afiliarse). Sin embargo, en el PJ encontré casi siempre mi sintonía en la escena política, a veces me gusta cruzarme de casa y tomar el té con la izquierda, pero eso no viene al caso.
Mi madre y padre me llevaron de pasajera en su militancia peronista desde el 89 (creo, tal vez desde antes). El anhelo más fuerte que me dejaron es el de justicia social. No siempre lo entendí, tuvieron que pasar años y muchas cosas a mi alrededor para que lograra apropiarme de ese concepto. Pero es algo que me heredaron. También intentaron heredarme otras cosas, como el culto católico, que no prendieron en mi construcción personal; aunque dejaron huellas que marcarían futuras elecciones. 

Recuerdo con mucha nitidez que estando en la escuela secundaria la profesora de formación ética nos trajo un dilema para resolver y fundamentar. Habrá sido el 2002 o 2003. El dilema era el de una mujer embarazada que si llegaba a término se moría al parir y dejaba un viudo y 2 hijos semi huérfanos. Y si decidía vivir, tenía que abortar y matar a su segundo hijo. La pregunta era: ¿Qué debía hacer esa mujer? La respuesta en ese entonces era indiscutible. Para una niña católica y bien educada era fácil de responder. La mujer debía sacrificarse en un acto de puro amor por ese hijo en camino, llevar el embarazo a término y dejar en este mundo un hombre viudo con dos hijos para criar. Esa era la opción correcta, lo ético, lo bueno y admirable. Mi convicción era fuerte y clara. Abortar es malo. Yo había leído folletos, visto películas, escuchado discursos y fundamentos. Y la profesora de ética nos hizo saber que a ella también le parecía que era así. No existían dilemas en mi vida, al menos no de ese tipo. Mi madre me lo había enseñado. 

Pero lo que mi madre no me enseñó (porque no pudo, no supo o no estaba en su porción de la realidad) es que las mujeres abortan. Por muchas razones, no solo por miedo a morirse en el parto. Tampoco me enseñó que hay mujeres que abortan y luego se mueren. Se mueren sufriendo, y quienes deben ayudarlas a sobrevivir las maltratan, las aleccionan, las castigan.
Mirando en retrospectiva, alguna vez llegué a creer (sin darme cuenta) que el aborto era una solución fácil para evitar el qué dirán (solo las solteras indiscretas abortan) o una solución ante el temor de afrontar los retos que el Señor nos envía (un hijo enfermo, discapacitado, el peligro de morir en el parto). Era algo simple. Se hacía o no. Y había una especie de línea entre uno y otro tipo de mujeres. 

Pero en estos días tuve una revelación. Un insight sobre mi recorrido de niña adoctrinada que luego emprendió la senda de desadoctrinarse. Habiendo alcanzado una edad que me permite la perspectiva de mi niñez y adolescencia, entiendo otras cosas…
Imagen: Nacho Gudiño #Agostina 
Entendí que el aborto es más complejo que eso que me habían inculcado como creencia. Que las mujeres abortan por miles de razones. Entendí que existe una realidad, donde hay mujeres que no desean ser madres. Y que algunas sienten que no pueden serlo. 
Mi mamá conocía mujeres que habían abortado. Nunca me habló de ellas directamente, pero yo lo sé; lo deduje de conversaciones que recuerdo, de frases inconclusas, hechas para autocompletarse. Mi madre sabía que en el pueblo había un señor que practicaba abortos clandestinos (como lo sabía todo el mundo). A ella le parecía mal por ciertas razones y a mí, hoy, me parece espantoso por otras. 
Mi mamá llevaba orgullosa en su cuaderno una calcomanía de ciudad pro vida (mal que me pese) y me decía que pro vida no se trataba solo de estar contra el aborto. Yo no sabía cómo convencerla que su calcomanía implicaba negarle a las mujeres un derecho que por ley, tienen desde la década de 1920. 
Mi mamá pensaba que abortar no era nunca una solución. También pensaba parecido del suicidio, pero los suicidas no están aquí para dar su parte del argumento… y también pensaba que la depresión se cura trabajando. Así que, tampoco estábamos de acuerdo en cuestiones de la salud mental. 
Yo llegué a comprender con el tiempo y las experiencias, que para el suicida no hay otra solución más que esa (aunque al resto le parezca injusto, cobarde o egoísta). Entendí que la depresión es un problema muy serio para mucha gente y que se trata con ayuda, no con una escoba y un fuentón de ropa para fregar. Y lo más importante, entendí que el aborto es la única solución para muchas mujeres en infinidad de circunstancias. No importa si se trata de un embrión, un feto, un bebito o un ingeniero.
Gestar es más que incubar un humano por 9 meses. Entiendo por qué se pide aborto legal, porque llegué a desatar la costura que unía el ser mujer con ser madre. Y desaté el bordado idílico de la maternidad. Y entendía que la maternidad debe ser deseada, o mejor que no sea. 
Por otro lado, hilvané mi concepto de justicia social con todos los demás conceptos que construí. Y si es una realidad que muchas (no importa cuántas) mujeres se mueren porque no tienen plata para un aborto seguro. Entonces esta ley que pedimos viene a saldar una deuda, viene a hacer justicia. Justicia social, darle a los que menos tienen eso que necesitan para dignificar su vida. 
Mi mamá no me enseñó a ser abortera, todo lo contrario… Pero sí me enseñó, como pudo, con lo que le tocó vivir, sin ser abiertamente feminista; los rudimentos que me prepararon para el feminismo, y me sirvieron para mirar atenta estos tiempos que corren. 
Los progenitores no saben a dónde van a ir a parar sus hijas cuando emprendan sus caminos… Mi madre me enseñó a tener convicciones, a defenderlas, y a dar el mejor fundamento que me fuera posible. Que yo haya devenido en convicciones diferentes no quita la esencia de esa enseñanza. Para los de afuera, el legado de mi madre es una ordenanza municipal; para mí son otras cosas... Ella buscaba la justicia social y yo también.

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