domingo, 13 de enero de 2013

TRISTE EXTRAÑA


 Snif, snif. Pasaron un par de botas de cuero marrón y taco alto. Casi la pisan. 
Snif, snif. Rueda una lágrima lenta y dolorosa por su mejilla. Pasan al trote dos pares de zapatillas, por amabilidad la esquivan. 
 Snif, snif. El aire helado congela la humedad del rostro. Ahora las lágrimas son de hielo. Queman. 
 El suelo no es más amable que los pies de la gente. 
 Pasó una chica abrazada a su novio y se hizo a un lado. Casi la pisa, pero no. Casi la observa, pero no. Casi le importa, pero no. 
 Snif, snif. Ya es un mar de lágrimas. Ya es un mar la gente, y una tempestad de pies. Ninguna mano, ningún rostro. 
Snif, snif... 
-¿Estas bien? – se oye una voz. No lo está, pero la voz es amable. Un rostro baja de las alturas de la indiferencia, y la pregunta se repite. -¿Estás bien? ¿Por qué llorás? 
Snif, snif. Ella lo mira con la angustia en los ojos y el dolor desparramado por la cara mojando sus mejillas. 
Snif, snif. -Levantate, el piso está muy frío...
Y ella se pone de pie. El amable extraño le ofrece un pañuelo. Por un momento el pañuelo parecía atenuar los problemas. 
-¿Vivís acá, en esta casa? -
No – dijo ella. 
-¿Por qué llorás? – volvió a decir, pero no obtuvo respuesta.-  Hace frío... y le dio su campera. Y otro snif se escapó. 
 -Por favor, ya no llores – le pidió. Ella no comprendía tanta atención, y él no lograba averiguar el por qué de su dolor. 
-Te acompaño a tu casa si querés. Otra vez el silencio. Lo interpretó como un sí y comenzó a caminar, y ella lo siguió. No sabían a donde, pero caminaron, ella lo siguió y él caminó. Caminó hasta una plaza y allí se detuvo, y quiso saber. 
 -¿No querés hablar? Tal vez te puedo ayudar. Otra vez el silencio, y una lágrima más. Sólo atinó a abrazarla. No podía verla llorar. Su dolor le dolía, aunque no sabía por qué. Aunque no la conociera. Sólo quiso abrazarla, y volvieron sus lágrimas, pero ahora eran distintas. Ya no eran lágrimas en soledad. 
 Ahora él temblaba. Podía ser el frío, o el miedo. El miedo... ¿cuál miedo? No lo sabía, sólo comenzó a sentir miedo. 
 Un colectivo se acercaba. Frenó en la parada de la plaza, y ella salió corriendo. No sin antes darle un beso y decirle al oído gracias. 
 -¡No te vallas! Por favor... 
El colectivo partió y se llevó a la triste extraña. Él volvió a casa sin campera y con el miedo de no volver a verla; ni en la plaza, ni en aquella puerta. 
 Volvió con lágrimas prestadas, y una tristeza que no sabía si era suya o ajena.

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