sábado, 31 de enero de 2009

Todos tenemos malos días, que parecen sacados del peor de los cuentos...
MALA SUERTE
Supe que este sería un mal día desde el momento en que me desperté diez minutos tarde. Lo que significaba que llegaría tarde a mi primer día de trabajo.
Salí corriendo con la cartera al viento, el pelo sin arreglar y pensando una excusa más aceptable que la verdadera. Porque no creí que me perdonarían si le decía a mi jefe que el despertador no sonó.
Tenía ocho cuadras por delante hasta la parada, y después veinte minutos de viaje en colectivo. Para colmo de males se me enterró el taco en un sorete del perro de la vecina de la esquina. Yo sabía que era de ese perro maldito que siempre me caga la puerta. ¡Y maldita la dueña!... No podía ir, encima de tarde, hedionda. Así que volví a cambiarme los zapatos y salí a todo lo que me daban los pies arriba de esos tacos.
Cuando llegué a la parada, el colectivo se estaba yendo. Empecé a correr y gritar y pude subir. ¡Suerte! si no, eran veinte minutos más de demora. Cuando creí que no iba a ser tan grave frenamos, y no era un semáforo. La calle estaba cortada por un piquete de alumnos universitarios que reclamaban andá a saber qué cosa. Estaban decididos a no moverse.
Después de seis minutos la policía comenzó a desviar el tránsito. Saqué la cuenta: me demoré cinco minutos entre caca y despertador impuntual, tres minutos corriendo el cole y cinco parada acá. Diez más por el desvío, terminaría llegando con media hora de retraso. Estaba tan despedida…
Mientras el cole seguía su desvió, como si no tuviera suficiente mala suerte, volvió a parar. Porque reventó u neumático. ¡Ja!
Me bajé a toda velocidad decidida a ir al trabajo caminando. Cada vez que tenía que cruzar la calle había un semáforo en verde y una cola de autos. Me dolían los pies, estaba transpirando, y de muy mal humor. ¿Que clase de recepcionista podía ser en ese estado?
Cuando faltaba una cuadra, pisé un bache en la vereda y quebré el taco del zapato derecho. Me saqué el otro y seguí caminando descalza.
Llegué despeinada, despiltrajada, sin maquillar, empapada en sudor y con los zapatos en la mano, como si volviera del boliche.
En la puerta del consultorio había un policía. Me tiré el pelo hacia atrás, me sequé la transpiración de la cara con un pañuelo que tenía en la cartera y me acerqué a preguntar.
-¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? – dije respirando todavía con dificultad.
-¿Usted tiene algo que ver con este lugar?- me dijo el policía con cara seria.
-Soy la recepcionista. – contesté ingenuamente…
-Me va a tener que acompañar - ¡Acompañar! NO ¿por qué?...
-Qué, no. Yo no hice nada, hoy es mi primer día.- me lamentaba por haber hablado en principio…
-Igual va a tener que declarar. – me dijo el hombre.
-¿Declarar qué?. ¡Yo no se nada!- le decía mientras me escoltaba al patrullero.
Y acá estoy en la comisaría. Esperando que me tomen la declaración por una denuncia contra un médico cirujano trucho.
Yo sabía que iba a ser un mal día...
¡Pero no pensé que fuera para tanto!

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